fractal

24/8/09

Recuerdos: Hans Chistian Andersen

Cuando estaba buscando ejemplos para las diferentes virtudes me reencontré con un cuento de Hans Christian Andersen, La niña de las cerillas o La fosforerita - según las versiones -. Quizás debería, primero, aclarar que cuando era niño en mi casa había libros heredados de mis abuelos, de mis padres, revistas por doquier, publicaciones de todo tipo. Dentro de esas publicaciones, estaba la colección Fabulandia de la editorial Codex. Eran fascículos bellamente presentados, con ilustraciones de los cuentos, leyendas y fábulas en general; con hermosas guardas por todos lados, que provocaba la captura de la atención a primera vista.
La primera vez que leí el cuento tendría unos 9-10 años, me hallaba en algún rincón de la casa; pues cuando no se me encontraba, las posibilidades eran dos: estaba haciendo alguna travesura o estaba en silencio leyendo en rincones, sobre unos cajones, debajo del escritorio o mesas varias. Continuo; el cuento no sólo me atrapó, sino que al terminar de leerlo me quedo una congoja, un estrujamiento en el pecho - que a esa edad, no sabía manejar bien -. Tenía un nudo que, ahora lo pienso , si mi madre me hubiera hablado en ese instante, me hubiera largado a llorar. Viéndolo en el tiempo creo que este cuento de Hans C. Andersen es algo "duro" para un niño de 9-10 años; pero el leer libros y diversas "cosas inadecuadas" fue un sino durante toda mi niñez y adolescencia.
Aquí lo transcribo, espero que les traiga algunos recuerdos.

  • La niña de las cerillas
Hacía un frío espantoso; caía una nevisca arremolinada, y llegaba la noche, la última noche del año. En el frío y la oscuridad iba por las calles una pobre niñita, con la cabeza descubierta y los pies descalzos. Cuando salió de casa llevaba las zapatillas puestas, pero eran demasiado grandes para sus pies, zapatillas que había usado su madre y a la pobre niña se le salieron cuando corrió para eludir dos carruajes que pasaban a gran velocidad. Cuando las buscó, una se había perdido, y un niño había tomado la otra y echado a correr, diciendo que un día la usaría como cuna, cuando tuviera sus propios hijos.
Así la niña continuo la marcha con los pies descalzos, que estaban morados de frío. En su viejo delantal tenía manojos de cerillas, y llevaba un manojo en la mano. Nadie le había comprado un solo manojo en todo el día y nadie le había dado un céntimo.
¡Pobre niña! Temblando de frío y hambre andaba a rastras, viva imagen del infortunio.
Los copos de nieve caían sobre su cabello suave como lino, que le colgaba en bonitos rizos en torno de la garganta, pero ella no pensaba en su belleza ni en el frío. Había luces en todos los escaparates y un sabroso olor a ganso asado, pues era noche vieja. Y en eso pensaba la niña esta noche.
En una esquina formada por dos casas, una de las cuales se proyectaba sobre la otra, se acurrucó para protegerse del frío. Había recogido los piececitos, pero sentía cada vez más frío. No se animaba a regresar a casa, pues no había vendido cerillas y no podía llevar ni un céntimo. Su padre sin duda le daría una zurra, y además en casa también hacia frío, pues sólo los protegía el techo, y aunque habían tapado los boquetes más grandes con paja y trapos, quedaban muchos por donde soplaba el gélido viento.
Ahora tenía las manitas casi congeladas. ¡Ay! Una cerilla le haría bien si lograba sacarla del manojo, frotarla contra la pared y calentarse los dedos. Al fin extrajo una. ¡Cómo ardía y calentaba! Despedía una llama tibia y brillante, como una candela, y la niña le puso la mano encima. Era una lucecita maravillosa. La niña tenía la sensación de estar sentada ante una gran estufa de hierro con patas de bronce bruñido, con pala y pinzas de bronce. Tan invitante era la llama que la niña estiró los pies para calentárselos también. ¡Qué cómoda se sentía! Pero la llama se apagó, la estufa se disipó y sólo le quedó esa cerilla quemada en la mano.
Frotó otra cerilla contra la pared. Ardía con luz brillante, y al alumbrar la pared la volvió transparente como un velo, así que la niña pudo atisbar en la habitación. Un mantel blanco como la nieve cubría la mesa, donde había un hermoso juego de porcelana, y un ganso asado, relleno de manzanas y ciruelas, humeaba despidiendo un olor apetecible. ¡Y, más delicioso y maravilloso aún, el ganso saltó de la fuente, con el cuchillo y el tenedor en la pechuga, y echó a andar hacia la niña!
Pero entonces la cerilla se apagó, y sólo quedó esa pared gruesa y húmeda.
Entonces encendió otra cerilla. Y ahora estaba debajo de un bellísimo árbol de vidrio en la casa del rico comerciante. cientos de velas de cera ardían en las verdes ramas, y alegres estatuillas, como las que había visto en los escaparates, la miraban desde lo alto. La niña tendió las manos hacia ellas, y entonces la cerilla se apagó.
Las luces del árbol de Navidad aún se elevaban en lo alto. ahora la niña las veía como estrellas en el firmamento, y una de ellas cayó, dejando una estela de fuego.
- Ahora alguien se muere -murmuró la niña, pues su abuela, la única persona que la había amado, y que ahora estaba muerta, le había dicho que cuando cae una estrella un alma asciende a Dios.
Raspó otra cerilla contra la pared, y de nuevo hubo luz; y en el resplandor apareció ante ella la vieja y querida abuela, majestuosa y radiante, pero dulce y bonachona, y feliz como nunca se la había visto en la Tierra.
- Oh, abuela -gimió la niña-, lleváme contigo. Sé que te irás cuando la cerilla se apague. Tú también desaparecerás como la tibia estufa, el espléndido festín de año nuevo, el bello árbol de navidad. -Y temiendo que su abuela desapareciera, raspó todo el manojo de cerillas contra la pared.
Y las cerillas ardieron con luz tan brillante que hubo más resplandor que al mediodía. Su abuela nunca había lucido tan bella y majestuosa. Tomó a la niña en brazos, y ambas volaron juntas, con gloria y regocijo, subiendo cada vez más, muy por encima de la Tierra, y para ellas no había hambre ni frío ni penurias, pues estaban con Dios.
Pero en la esquina, al amanecer, estaba la pobre niña, apoyada contra la pared, con las mejillas rojas y una sonrisa en los labios, muerta de congelamiento en la última noche del año viejo. estaba rígida y helada, con un manojo de cerillas quemadas.
- Quiso entibiarse, la pobre criatura -decía la gente. Nadie imaginaba qué dulces visiones había tenido, ni cuán gloriosamente había ascendido con su abuela para entrar en las alegrías de un año nuevo.


Varios cuentos de Hans C. Andersen

18/8/09

Virtudes: trabajo

No se habla del empleo y la remuneración, sino de la vida. El trabajo es esfuerzo aplicado, es aquello a lo que nos dedicamos, aquello a lo cual consagramos nuestras energías para lograr algo. En este sentido fundamental, el trabajo no es la tarea con la cual nos ganamos la vida sino aquella que hacemos de nuestra vida.
Lo opuesto del trabajo no es el ocio, el juego o la diversión, sino la pereza, el hecho de no invertir nuestras aptitudes. Las actividades ociosas, el juego y la diversión pueden implicar una genuina inversión en vez de ser una pérdida de tiempo.
En sí, queremos que los jóvenes (porqué no, también nosotros) florezcan, que vivan bien y prosperen, que sean felices. La felicidad – como señala Aristóteles – reside en la actividad, tanto física, como mental; reside en hacer cosas de las que uno pueda enorgullecerse y por lo tanto disfrute haciendo. Es un error identificar el placer con la mera diversión, la relajación o el entretenimiento. Las mayores alegrías de la vida no son las que se apartan de nuestro trabajo, sino las que se avienen con dicho trabajo. Perderse dicha alegría, de la labor bien realizada, es perderse algo importante.
Todo puede hacerse bien o mal; puede hacerse alegremente y con orgullo, o a regañadientes y a disgusto. El modo de hacerlo depende de nosotros. Tal vez este sea el concepto más agudo (sagaz) que los antiguos romanos estoicos legaran a la humanidad. No hay tareas indignas, sólo actitudes indignas. Y la actitud depende de nosotros.
El trabajo - reitero - es esfuerzo aplicado, hacia cierto fin. El trabajo más satisfactorio supone dirigir nuestros esfuerzos hacia fines que consideramos como expresiones válidas de nuestro talento y carácter.

Reflexión al margen: entiendo que en los tiempos actuales es difícil hablar del trabajo como una virtud y darle real valía. Mas se deberá entender como una virtud donde las claves - una vez más - son la práctica y el ejemplo. La práctica en hacer varias cosas que requieren un nivel de esfuerzo y compromiso compatible con cierta inversión personal en la actividad, y el ejemplo de la propia vida.
Los adultos que trabajan con ahínco para proveer a sus hijos de lo que se requiere para tener una vida floreciente, se toman la educación en serio. El ayudar en las tareas domésticas, en el cuidado de los animales (mascotas) y otras actividades diarias; requieren aprendizaje. Los adultos mostraran a los jovenes cómo disfrutar de hacer las cosas que deben hacerse, trabajando con ellos, alentando y valorando sus esfuerzos, y - sobre todo - presentando un ejemplo jovial y concienzudo.


  • Resultados y rosas - Edgar Guest
El hombre que desea un jardín bello,
sea de pequeño o de gran tamaño,

cubierto de flores por doquier,

debe trabajar y arremangarse.

Hay muy pocas cosas en la tierra
que con sólo desearlas se consigan:
si anhelamos algo de valía
hay que trabajar para ganarlo.

No importa qué meta persigamos,
el simple secreto aquí radica:
excava semana tras semana
y obtendrás los resultados y las rosas
.


  • El granjero y sus hijos - Esopo
Un granjero estaba a punto de morir y deseaba comunicar a sus hijos un importante secreto, los llamó y dijo:
- Hijos míos, moriré dentro de poco. Por tanto, sabed que en mi viñedo hay un tesoro oculto. Cavad y lo encontraréis.
En cuanto el padre murió, los hijos empuñaron azaada y rastrillo y removieron una y otra vez el terreno, en busca del tesoro que supuestamente estaba enterrado allí. No encontraron nada, pero las viñas, con la tierra tan removida, produjeron una cosecha como jamás se había visto.
No hay tesoro sin esfuerzo
.


  • Verdadera nobleza - Edgar Guest
Quien hace su tarea día a día
y acoge a quien encuentra en el camino,

creyendo que es voluntad divina,

ha encontrado grandeza en este mundo.


Quien cuida su puesto, dondequiera,
creyendo que Dios lo necesita

aunque se trate de una faena tosca,

se ha elevado a la nobleza.


De lo grande y lo bajo hay una prueba:
si un hombre pone su mayor empeño,

y trabaja con brío y sin reservas

no morirá en deuda con el hombre.




Nota: Próximo post sobre las virtudes:
coraje




Clave: El libro de la virtudes, William J. Bennett, Javier Vergara Editor S.A., 1995.



11/8/09

Virtudes: amistad

Sin amigos - dice Aristóteles - nadie escogería vivir, aunque tuviera todos los demás bienes.
Las narraciones acerca de la amistad requieren adoptar la perspectiva de los amigos, tomar a los demás en serio.

En las mejores amistades vemos un paradigma moral de todos las relaciones humanas en lo que quizás sea su forma más pura.
Un amigo es algo más que un conocido, y la amistad supone algo más que afecto. La amistad suele surgir de intereses y metas comunes, y estos propósitos se fortalecen con los impulsos benignos que tarde o temprano generan.
Las exigencias de la amistad - franqueza, apertura, capacidad de tomar las críticas de los amigos tan seriamente como sus expresiones de admiración o elogio, lealtad, asistencia al punto de autosacrificio - son potentes estímulos para la maduración y el ennoblecimiento moral (estamos hablando de jóvenes y niños, sobre todo).
En estos tiempos, cuando a menudo resulta tan fácil establecer relaciones informales y cuando la utilidad es tan precipitada y barata, es preciso recordar que la amistad genuina requiere tiempo.
Se requiere un esfuerzo para establecerla, y trabajo para mantenerla. Y aunque sea - como decía C.S.Lewis - la forma menos biológica del amor, es también una de la más importantes.
A propósito, las debilidades buscan la compañía tanto o más que las virtudes. Hay relaciones que no merecen la clasificación de amistad pero que aun así ostentan ese nombre; esa clase de amistad que el ensayista Joseph Addison denominaba "confederaciones del vicio, o ligas del placer" (por favor, recordar que era un hombre que vivió entre los siglos XVII y XVIII).
Nuestros amigos deben ser aliados de lo mejor de nosostros, deberíamos enseñar a los jóvenes (y niños) a reconocer las falsas amistades, a entender que son nocivas, a comprender que refuerzan lo más indigno de nosotros.
Tener amigos es sólo la mitad de la relación, aunque es la mitad que más suele preocupar a padres e hijos. Puede decirse que "los buenos amigos contribuyen a nuestra crianza"; pero el anverso de esta moneda es que uno es el buen amigo, el agente activo que educa al otro.
Extracto de la Etica nicomaquea: quienes comienzan apresuradamente un intercambio de actos amistosos pueden sentir el deseo de ser amigos, pero no lo serán a menos que también sean objetos apropiados de la amistad y se conozcan mutuamente como tales, es decir, la apetencia de amistad puede surgir rápidamente, pero no la amistad misma.




  • Damón y Pitias
Damón y Pitias habían sido excelentes amigos desde la infancia. Cada cual confiaba en el otro como un hermano y cada cual sabía en su corazón que sería capaz de todo por su amigo. con el tiempo llegó el momento de demostrar la hondura de su devoción. Sucedió de esta manera.
Dionisio, el monarca de Siracusa, se fastidió cuando oyó los discursos que pronunciaba Pitias. El joven estudioso decía en público que ningún hombre debía ejercer poder ilimitado sobre otro, y que los tiranos eran reyes injustos. En un arrebato de ira, Dionisio convocó a Pitias y su amigo.
-¿Quienes creéis que sois, para sembrar el descontento entre la gente? -preguntó.
-Yo sólo digo la verdad- respondió Pitias -. No Puede haber nada de malo en ello.
-¿Y tu verdad sostiene que los reyes tienen demasiado poder y que sus leyes no son buenas para sus súbditos?
-Si un rey ha tomado el poder sin autorización del pueblo, eso es lo que yo diría.
-Estas palabras son traición -gritó Dionisio-. Estás conspirando para derrocarme. Retráctate de tus palabras, o enfrenta las consecuencias.
-No me retractaré -respondió Pitias.
-Entonces morirás. ¿Tienes un último pedido?
-Sí. Déjame ir a casa para despedirme de mi esposa y mis hijos, y para poner mis cosas en orden.
-Veo que no sólo crees que soy injusto, sino que además soy estúpido -rió desdeñosamente Dionisio-. Si te dejo salir de Siracusa, no volveré a verte.
-Te haré un juramento.
-¿Qué clase de juramento podrías hacer que me indujera a creer que regresarás?
En ese momento Damón, que había permanecido en silencio, se adelantó.
-Yo seré su garantía -dijo-. Reténme en Siracusa, como prisionero, hasta el regreso de Pitias. Nuestra amistad en bien conocida. Puedes tener la certeza de que Pitias regresará mientras me tengas aquí.
Dionisio estudió en silencio a ambos amigos.
-Muy bien -dijo al fin-. Pero si deseas tomar el lugar de tu amigo, debes estar dispuesto a aceptar su sentencia si él rompe su promesa. Si Pitias no regresa a Siracusa, morirás en su lugar.
-Él mantendrá su palabra -respondió Damón-. No tengo la menor duda de ello.
Pitias obtuvo autorización para irse por un tiempo, y Damón fue a dar a la cárcel. Al cabo de varios días, como Pitias no aparecía, Dionisio no pudo con su curiosidad y fue a la prisión para ver siDamón se errepentía del trato que había hecho.
-Tu tiempo se está acabando -se mofó el monarca de Siracusa-. Será inútil pedir piedad. Fuiste necio al confiar en la promesa de tu amigo. ¿De verás creíste que sacrificaría su vida por ti o por cualquier otro?
-Sólo ha sufrido una demora -respondió Damón sin inmutarse-. Los vientos le han impedido navegar, o tal vez ha sufrido un accidente en la carretera. Pero si es humanamente posible, él regresará a tiempo. Creo en su virtud tanto como en mi existencia.
Dionisio se asombró de la confianza del prisionero.
-Veremos -dijo, y dejó a Damón en sus celda.
Llegó el día fatal. Damón fue sacado de la prisión y conducido ante el verdugo. Dionisio lo saludó con una sonrisa socarrona.
-Parece que tu amigo no ha llegado -rió-. ¿Qué piensas ahora de él?
-Es mi amigo -respondió Damón-. Confío en él.
Y mientras hablaba, las puertas se abrieron y Pitias entró tambaleándose. Estaba pálido y magullado, y apenas podía hablar de cansancio. Se arrojó en brazos de su amigo.
-Estás a salvo, loados sean los dioses -jadeó-. Parece que los hados conspiraban contra nosotros. Mi barco naufragó en una tormenta, y luego me atacaron salteadores. Pero rehusé abandonar mis esperanzas, y logré llegar a tiempo. estoy dispuesto a cumplir mi sentencia de muerte.
Dionisio quedó atónito al oír estas palabras, y sus ojos y su corazón se abrieron. Era imposible resistir el poder de semejante constancia.
-La sentencia queda revocada -declaró-. Nunca creí que tanta fe y lealtad pudieran existir en la amistad. Me has demostrado cuán equivocado estaba, y es justo que seas recompensado con tu libertad. Pero a cambio os pediré un gran servicio.
-¿A qué te refieres? -preguntaron los amigos.
-Enseñadme a formar parte de una amistad tan noble.



  • William Butler Yeats
Aunque te encuentres en tus días radiantes,
con voces en la multitud
y amigos nuevos que te adulan,
no seas engreído ni orgulloso,
y piensa ante todo en los viejos amigos.
La cruel marea del tiempo subirá,
tu belleza perecerá y se perderá
para todos los ojos menos éstos.


  • La flecha y la canción -Henry Wadsworth Longfellow
Disparé una flecha al aire,
y no supe dónde.
Mi vista no podía
seguír su raudo vuelo.

Lancé al aire una canción,
y cayo, no supe dónde.
¿Qué vista podía seguir
una canción por los aires?

Mucho después, en un roble,
encontré una flecha intacta;
y la canción, toda entera,
en el pecho de un amigo.




Nota: Próximo post sobre las virtudes: trabajo.




Clave: El libro de la virtudes, William J. Bennett, Javier Vergara Editor S.A., 1995.

4/8/09

Virtudes: responsabilidad

Responsabilidad significa capacidad de dar cuentas de nuestros actos. La conducta irresponsable es conducta inmadura. Asumir una responsabilidad es indicio de madurez.

Las personas que no han alcanzado la madurez aún no son plenamentes dueñas de sus poderes. Parte de nuestra reponsabilidad por lo que hacemos individualmente o en concierto con los demás varía con las estructuras sociales y políticas dentro de la que obramos, pero en general aumenta con la madurez.

La inmadurez también se prolonga inadvertidamente entre los adultos. Casi todos tienen excusas cuando las cosas salen mal entre los políticos, es común utilizar formas impersonales para evitar la culpa: "Se cometieron errores". Nadie se desvive por asumir la responsabilidad.

Somos responsables por la clase de persona que hemos hecho de nosotros mismos. Aristóteles señalaba, llegamos ser lo que somos como personas mediante las decisiones que tomamos.

Kierkegaard, en el siglo XIX, deploraba el efecto nocivo de las multitudes y las pandillas en nuestro sentido de responsabilidad. "Una multitud - escrito en Mi punto de vista - es de por sí inauténtica, dado que vuelve al individuo impertinente e irresponsable, o al menos reduce al mínimo su sentido de responsabilidad".

San Agustín - en Confensiones - hizo de esta disminución de la responsabilidad ante la presión de los pares un rasgo central de su meditación sobre el vandalismo de su juventud, "todo porque nos avergonzamos de abstenernos cuando otros nos incitan a participar".

Un sentido débil de la responsabilidad no debilita el hecho de la responsabilidad.

Las personas responsables son personas maduras que se hacen cargo de sí mismas y de su conducta. Son dueñas de sus actos y dan cuenta de ellos, responden por ellos.

  • ¿Quién amó más? - Joy Allison
"Madre, te amo", dijo el pequeño John.
Luego, olvidando su tarea, se caló la gorra
y fue al columpio del jardín
y dejo que ella llevara el agua y la madera.
"Te amo, madre -dijo la rosada Nell-,
más de lo que expresan las palabras".
Y pasó tan enfurruñada todo el día,
que su madre se alivió cuando salió a jugar.
"Te amo, madre -dijo la pequeña Fran-.
Hoy te ayudaré todo lo que pueda,
mucho me alegra que hoy no haya escuela".
Y meció al bebé hasta que él se quedó dormido.


Luego, con sigilo, fue a buscar la escoba,
y barrió el suelo y limpió la habitación;
atareada y feliz anduvo todo el día,
tan feliz como una niña puede estarlo.
"Te amo, madre" repitieron,
tres niños yéndose a la cama.
¿Cómo creéis que la madre supo
cuál de los tres la amaba más?



  • La espada de Damocles - texto de James Baldwin, adaptado
Erase una vez un rey llamado Dionisio, que gobernaba Siracusa, la ciudad más rica de Sicilia. Vivía en un elegante palacio donde había muchos objetos bellos y costosos, lo atendía una hueste de criados que siempre estaban prontos a obedecerle.
Naturalmente, como Dionisio tenía tanta riqueza y poder, había muchos en Siracusa que envidiaban su buena fortuna. Uno de ellos era Damocles. Era uno de los mejores amigos, y siempre le decía:

-¡Qué afortunado eres! Tienes todo lo que se puede desear. Debes de ser el hombre más feliz del mundo.

Un día Dionisio se cansó de esas palabras.

-Vamos- dijo -, ¿de verás crees que soy más feliz que los demás?

-Pues claro que sí- respondió Damocles -. Mira tus grandes tesoros, y el poder que posees. No tienes ninguna preocupación. ¿Cómo podría la vida ser mejor?

-Tal vez desees cambiar de lugar conmigo- dijo Dionisio.

-Oh, jamás soñaría con ello. Pero si pudiera gozar de tus riquezas y placeres por un día, nunca tendría mayor felicidad.

-Muy bien: Cambiemos de lugar por un sólo día, y gozarás de ellos.

Y así, al día siguiente, Damocles fue conducido al palacio , y todos los criados recibieron instrucciones de tratarlo como su amo. Lo vistieron con túnicas reales, le pusieron una corona de oro en la cabeza. Damocles se sentó una mesa en la sala de banquetes, y le sirvieron sabrosos manjares. No faltaba nada que pudiera complacerlo. había costosos vinos, bellas flores, raros perfumes y música deleitable. Se apoyó en mullidos cojines, y se consideró el hombre más feliz de la mundo.
-Ah, esto es vida- le suspiró a Dionisio, quien estaba sentado en el otro extremo de la larga mesa -. Nunca he disfrutado tanto.
Y al llevarse una taza a los labios, elevó los ojos al techo. ¿Qué era eso que colgaba allá arriba, un objeto filoso cuya punta casi le tocaba la cabeza?
Damocles se quedó tieso. La sonrisa se le borro de los labios, y su rostro se puso ceniciento. Le temblaron los labios. No quería más comida, ni bebida, ni más música. Sólo quería largarse del palacio, irse muy lejos. Pues sobre su cabeza pendía una espada, sujeta al techo por un mero pelo de caballo. La filosa hoja relucía mientras le apuntaba entre los ojos. Iba a levantarse y echar a correr, pero se contuvo, temiendo que cualquier movimiento brusco partiera esa delgada hebra e hiciera caer la espada. Se quedó petrificado en la silla.
-¿Qué sucede, amigo mío?- preguntó Dionisio -. Pareces haber perdido el apetito?
-¡Esa espada, esa espada!- susurró Damocles -. ¿No la ves?
-Claro que la veo- dijo Dionisio -. La veo todos los días. Siempre pende sobre mi cabeza, y siempre existe el peligro de que alguien corte esa delgada hebra. Tal vez uno de mis asesores envidie mi poder e intente asesinarme. O alguien pueda propagar mentiras sobre mí, para azuzar al pueblo en mi contra. Puede ocurrir que un reino vecino envíe un ejército para capturar mi trono. O puedo tomar una decisión imprudente que provoque mi caída. Si quieres ser monarca, debes estar dispuesto a aceptar estos riesgos. Forman parte del poder, como verás.
-Sí, claro que veo- dijo Damocles -. Ahora veo que estaba equivocado, y que tienes mucho en que pensar aparte de las riquezas y la fama. Por varo, ocupa tu lugar, y déjame regresar a mi casa.
Y mientras vivió, Damocles nunca más quiso cambiar de lugar con el rey, ni siquiera por un instante.




Nota: Próximo post sobre las virtudes: amistad.



Clave: El libro de la virtudes, William J. Bennett, Javier Vergara Editor S.A., 1995.